Los paisajes entre Dakar y La Casamance no son muy vistosos, la verdad, ya que recorres horas y horas de planicies rojizas salpicadas por algún que otro poblado. Eso sí, de vez en cuando te encuentras con un vistoso campo de baobabs, típicos árboles africanos que famosos hizo Saint-Exupéry en su "El Principito".
¡Qué duro es levantarse a las 4 am para deambular en busca de un taxi! pero lo teníamos claro: queríamos ir a La Casamance, esa preciosa zona del sur de Senegal, llena de ríos, árboles, aves, delfines... a la cual algunos gobiernos te recomiendan no ir debido a su historia independentista salpicada de violencia.
La verdad es que nosotras no nos sentimos jamás en peligro en La Casamance, aunque, eso sí, por todas las carreteras hay recordatorios de la lucha: pequeñas barricadas hechas de neumáticos y ramas de árboles que te obligan a hacer slalom y en algunos casos parar ante puestos militares que revisan el coche llegando, en ocasiones, a demandar una cantidad de dinero del conductor para poder seguir camino; chequeo del equipaje de algún viajero (normalmente a los turistas nos dejan en paz) el que, si quiere recuperar todo, debe abonar la cantidad que acaban acordando; camiones llenos de militares armados hasta los dientes y algún que otro tanque. Suena horrible, pero la verdad es que no lo es, porque en realidad lo que están haciendo es controlar y abusar quizás de su cargo para pillar un pellizco de algo, pero en ningún momento te amenazan ni son violentos. Eso sí, cuidado con las fotos... no les gustan nada de nada y se enfadan mucho si les haces alguna.
"Aduana" a la Casamance que, por muy cutre que parezca, impone lo suyo, ya que los militares revisan maletas y viajeros al azar, demandando dinero cuando les parece oportuno. Y que a mi me resultó aterrorizante ya que el susodicho militar se me acercó corriendo con cara de pocos amigos gritando algo que me resultó incomprensible hasta que por fin comprendí que señalaba vehementemente la cámara de fotos que, poco precavida de mi, estaba usando... La verdad es que me sentí afortunada de no perder dinero, cámaras o fotos en ese momento.
Bueno, esta es la situación ahora, pero las navidades pasadas murieron unas 10 personas por el conflicto, de manera que ya suman más de 5000 muertos desde los años 80, cuando comenzaron las tensiones. Y es que La Casamance se siente desligada de Senegal, no sólo geográficamente (hay que cruzar otro país, Gambia, para llegar a ella) sino también políticamente, debido a que el gobierno del país está formado por representantes de varias etnias pero excluye a la mayoritaria de esta región, la Diola, que tiene su propia lengua (el diola o jula o yola), religión (tradicionalmente animista aunque hoy en día hay una mezcla con el cristianismo e islam) y costumbres típicas.
Dos niñas que conocimos en M´Lomp, pequeño pueblecito del centro de la Casamance, donde los lugareños son extremadamente sociables y cada vez que paras en cualquier lugar te hacen corro interesados en ti, para intercambiar sonrisas y algún baile.
¿Locas? ¿Aventureras? ¿Arriesgadas? Pues, sinceramente, no, simplemente decidimos dirigirnos a esta zona de Senegal porque muchos viajeros nos habían hablado muy bien de ella y la verdad es que nos encantó. Eso sí, ¡¡¡MENUDO INFIERNO DE VIAJE!!! Y es que debido a las fechas, el barco con el que llegar cómodamente a esta región estaba lleno, así que tuvimos que practicar el plan B: intentar pillar sitio en algún coche de los que salen diariamente de Dakar hacia la Casamance, que suelen hacerlo bien prontito para no pillar mucha cola en la frontera. Así que, tras el madrugón que nos pegamos, por fin a las 6 am logramos meternos junto con un italiano en la parte de atrás (asientos más incómodos normalmente reservados para los “tubabs”) de un Sept-Place o coche de 7 plazas más el conductor, que no, no os creáis que es un monovolumen enorme, no, es un simple coche en el que se viaja como sardinas en lata. Lo peor era la parte de atrás, donde ni siquiera te cabían las piernas, lo cual se lleva bien unas horas pero no las casi 12 que sufrimos de viaje. ¡Uf! qué horror, la verdad. Es un palizón, que no recomiendo a nadie que no tenga un montón de tiempo para gastar en Senegal ya que te tienes que levantar super pronto, en el coche no puedes dormir, estás incómodo, el paisaje es bastante aburrido, las carreteras-caminos son malillas, llenas de baches y polvo rojo y cuando llegas a tu destino estás tan echo polvo que al día siguiente no tienes energía para nada. Así que, si podéis no lo dudéis, pillad el barco.
Mis preciosas vistas durante las 12 h de viaje a la Casamance... tres espaldas y dos cabecitas a lo lejos, algo no demasiado atrayente pero que miraba sin cesar ya que los baches del camino evitaban que pudiera cerrar los ojos y dormir.
Cual sardinas en lata nos amontonaron en el Sept Place, y es que da igual si llegas el primero o el último, si eres Tubab, tu sitio es atrás.
Lo que sí que me pareció interesante es cruzar Gambia, y es que para llegar a La Casamance se atraviesa este alargado país vecino, ex-colonia inglesa que bordea el río del mismo nombre que hay que cruzar en ferry. Un gusto poder hablar con la gente en inglés la verdad, aunque tampoco pudimos ver el país, ya que simplemente lo cruzamos: doble frontera, doble pago y una cantidad de tiempo que se pierde entre papeleos, puestos fronterizos y ferry.
Cruzando en ferry el río que da nombre a Gambia, país alargado que corta a Senegal en dos. Horas de cola para poder subir al ferry, donde se comparte viaje con coches, camiones, personas y ganado por igual. Un respiro la verdad, donde poder estirar las piernas por un rato e incluso comer algo antes de volver a encerrarnos en el incómodo Sept-Place.
El Sept-Place nos dejó en Bignona, un cruce de caminos antes de llegar a la capital de la Casamance, Zinguinchor, ya que nosotros queríamos ir directamente a Abéné, a donde por fin llegamos en un bus local, completamente destrozadas, a las 9 pm.
Menos mal que conocimos a Karim en el bus, un simpático percusionista que nos acompañó con el taxi a un campament (albergue local cuyos beneficios van directamente a los lugareños) que estaba muy bien de precio y al lado de la playa: Le Casamar, un grupo de edificios bajos blancos en mitad de un jardín, donde te cuesta lo mismo alquilar una habitación sola que compartida (cosa por cierto bastante común en Senegal), así que cada uno escogimos nuestros espaciosos aposentos, en los que había varias camas a elegir para, por fin, descansar.
Nuestro amigo karim, a quien conocimos en el bus camino de Abéne, donde él vive. Karim, tras echarnos una mano para encontrar alojamiento, se convirtió en nuestro compañero durante todos los días que pasamos en su alegre y musical tierra.
La verdad es que nosotras no nos sentimos jamás en peligro en La Casamance, aunque, eso sí, por todas las carreteras hay recordatorios de la lucha: pequeñas barricadas hechas de neumáticos y ramas de árboles que te obligan a hacer slalom y en algunos casos parar ante puestos militares que revisan el coche llegando, en ocasiones, a demandar una cantidad de dinero del conductor para poder seguir camino; chequeo del equipaje de algún viajero (normalmente a los turistas nos dejan en paz) el que, si quiere recuperar todo, debe abonar la cantidad que acaban acordando; camiones llenos de militares armados hasta los dientes y algún que otro tanque. Suena horrible, pero la verdad es que no lo es, porque en realidad lo que están haciendo es controlar y abusar quizás de su cargo para pillar un pellizco de algo, pero en ningún momento te amenazan ni son violentos. Eso sí, cuidado con las fotos... no les gustan nada de nada y se enfadan mucho si les haces alguna.
"Aduana" a la Casamance que, por muy cutre que parezca, impone lo suyo, ya que los militares revisan maletas y viajeros al azar, demandando dinero cuando les parece oportuno. Y que a mi me resultó aterrorizante ya que el susodicho militar se me acercó corriendo con cara de pocos amigos gritando algo que me resultó incomprensible hasta que por fin comprendí que señalaba vehementemente la cámara de fotos que, poco precavida de mi, estaba usando... La verdad es que me sentí afortunada de no perder dinero, cámaras o fotos en ese momento.
Bueno, esta es la situación ahora, pero las navidades pasadas murieron unas 10 personas por el conflicto, de manera que ya suman más de 5000 muertos desde los años 80, cuando comenzaron las tensiones. Y es que La Casamance se siente desligada de Senegal, no sólo geográficamente (hay que cruzar otro país, Gambia, para llegar a ella) sino también políticamente, debido a que el gobierno del país está formado por representantes de varias etnias pero excluye a la mayoritaria de esta región, la Diola, que tiene su propia lengua (el diola o jula o yola), religión (tradicionalmente animista aunque hoy en día hay una mezcla con el cristianismo e islam) y costumbres típicas.
Dos niñas que conocimos en M´Lomp, pequeño pueblecito del centro de la Casamance, donde los lugareños son extremadamente sociables y cada vez que paras en cualquier lugar te hacen corro interesados en ti, para intercambiar sonrisas y algún baile.
¿Locas? ¿Aventureras? ¿Arriesgadas? Pues, sinceramente, no, simplemente decidimos dirigirnos a esta zona de Senegal porque muchos viajeros nos habían hablado muy bien de ella y la verdad es que nos encantó. Eso sí, ¡¡¡MENUDO INFIERNO DE VIAJE!!! Y es que debido a las fechas, el barco con el que llegar cómodamente a esta región estaba lleno, así que tuvimos que practicar el plan B: intentar pillar sitio en algún coche de los que salen diariamente de Dakar hacia la Casamance, que suelen hacerlo bien prontito para no pillar mucha cola en la frontera. Así que, tras el madrugón que nos pegamos, por fin a las 6 am logramos meternos junto con un italiano en la parte de atrás (asientos más incómodos normalmente reservados para los “tubabs”) de un Sept-Place o coche de 7 plazas más el conductor, que no, no os creáis que es un monovolumen enorme, no, es un simple coche en el que se viaja como sardinas en lata. Lo peor era la parte de atrás, donde ni siquiera te cabían las piernas, lo cual se lleva bien unas horas pero no las casi 12 que sufrimos de viaje. ¡Uf! qué horror, la verdad. Es un palizón, que no recomiendo a nadie que no tenga un montón de tiempo para gastar en Senegal ya que te tienes que levantar super pronto, en el coche no puedes dormir, estás incómodo, el paisaje es bastante aburrido, las carreteras-caminos son malillas, llenas de baches y polvo rojo y cuando llegas a tu destino estás tan echo polvo que al día siguiente no tienes energía para nada. Así que, si podéis no lo dudéis, pillad el barco.
Mis preciosas vistas durante las 12 h de viaje a la Casamance... tres espaldas y dos cabecitas a lo lejos, algo no demasiado atrayente pero que miraba sin cesar ya que los baches del camino evitaban que pudiera cerrar los ojos y dormir.
Cual sardinas en lata nos amontonaron en el Sept Place, y es que da igual si llegas el primero o el último, si eres Tubab, tu sitio es atrás.
Lo que sí que me pareció interesante es cruzar Gambia, y es que para llegar a La Casamance se atraviesa este alargado país vecino, ex-colonia inglesa que bordea el río del mismo nombre que hay que cruzar en ferry. Un gusto poder hablar con la gente en inglés la verdad, aunque tampoco pudimos ver el país, ya que simplemente lo cruzamos: doble frontera, doble pago y una cantidad de tiempo que se pierde entre papeleos, puestos fronterizos y ferry.
Cruzando en ferry el río que da nombre a Gambia, país alargado que corta a Senegal en dos. Horas de cola para poder subir al ferry, donde se comparte viaje con coches, camiones, personas y ganado por igual. Un respiro la verdad, donde poder estirar las piernas por un rato e incluso comer algo antes de volver a encerrarnos en el incómodo Sept-Place.
El Sept-Place nos dejó en Bignona, un cruce de caminos antes de llegar a la capital de la Casamance, Zinguinchor, ya que nosotros queríamos ir directamente a Abéné, a donde por fin llegamos en un bus local, completamente destrozadas, a las 9 pm.
Menos mal que conocimos a Karim en el bus, un simpático percusionista que nos acompañó con el taxi a un campament (albergue local cuyos beneficios van directamente a los lugareños) que estaba muy bien de precio y al lado de la playa: Le Casamar, un grupo de edificios bajos blancos en mitad de un jardín, donde te cuesta lo mismo alquilar una habitación sola que compartida (cosa por cierto bastante común en Senegal), así que cada uno escogimos nuestros espaciosos aposentos, en los que había varias camas a elegir para, por fin, descansar.
Nuestro amigo karim, a quien conocimos en el bus camino de Abéne, donde él vive. Karim, tras echarnos una mano para encontrar alojamiento, se convirtió en nuestro compañero durante todos los días que pasamos en su alegre y musical tierra.
Curiosidades:
Contraria a la idea del África seca, la Casamance está llena de inmensos árboles centenarios, sobre todo baobabs y ceibas, el orgullo de la tierra.
1 comment:
Dejamos este interesante enlace sobre seguridad en los viajes a Senegal, se trata de un proyecto solidario que da asesoramiento médico a viajeros y cooperantes. Muy interesante
http://fundacionio.org/viajar/paises/africa/senegal.html
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